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MUJERES DE CIUDAD

El feminismo de las asociaciones de mujeres



Inmaculada Alcántara

Tras la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, el pasado día 8, y las exposiciones, manifestaciones y demás actuaciones “feministas”, me vino a la memoria lo ocurrido meses atrás, porque volví a ver y escuchar, los mismos gestos y palabras de entonces, partiendo de quienes enarbolan la bandera feminista en exclusividad, menospreciando a quienes no promulguen sus consignas o actos.

Hace unos meses, acudí a una jornada sobre la violencia de género desde la perspectiva jurídica y emocional impartida por profesionales del derecho y la psicología, que se celebró en una asociación de mujeres, observando entre los asistentes, a un grupo de mujeres y algunos hombres, la mayoría mayores de 60 años, como participaron y preguntaron con mucha curiosidad sobre los temas expuestos. Expusieron abiertamente sus pensamientos, y surgió alguna expresión como: “no sabía que era eso de la violencia de género”, “en casa no se hablaba de eso”, “eran cosas de los matrimonios de antes”, “había que aguantar lo que tocaba”… Y entre algunos otros asistentes, hubo quien discutió algunas de sus opiniones e hizo sorna sobre sus preguntas.




No es la primera vez, ni la última, que se prejuzga la reacción de las mujeres mayores ante ciertos temas. Charlas, talleres, sesiones grupales y actividades diversas sobre cuestiones que, para gran parte de las mujeres de una cierta edad, pueden suponer un mundo desconocido que se abre a su conocimiento, y por el que muestran interés, como cuestiones sexuales, corporales, de género,…

Quienes imparten estas actividades cuando finalizan se preguntan, ¿Lo han entendido? ¿Se habrán escandalizado? ¿Les habrá parecido algo extraño? ¿Han quedado claros los conceptos? Cuestiones que plantean para obtener respuestas que retroalimentan su labor, para adaptarse al auditorio y mejorar en sus exposiciones, en sucesivas ocasiones. Algo lógico y normal en el caso de los profesionales.

Pero cuando esas preguntas las plantean personas desde otra perspectiva, que incluso se mofan de ello, supone cuestionar su capacidad intelectual, y prejuzgar que las mujeres mayores son conservadoras y que esas diferencias corporales, sexuales y de género son ajenas a su entorno. La reacción que se recibe es muy distinta: agradecen haber aprendido mucho, tanto de realidades que no conocían, como de realidades que si reconocían en su día a día. Incluso hacen partícipes a los demás de vivencias muy personales.




Siempre les recuerdo que no hay público más participativo y agradecido que estas personas mayores, que no han podido expresarse con libertad durante demasiados años de su vida, pero que no por ello han estado ausentes o ajenas a esas realidades; que han sufrido la desinformación y el desconocimiento directamente, pero que por su ávido interés se han preocupado de saber y seguir aprendiendo.

Comentarios despectivos hacia ellas, que parten del pensamiento más ofensivo. Quizás cabría imaginar que provienen exclusivamente del machismo, aunque el “mal entendido feminismo” tampoco queda exento de este tipo de cuestionamientos que tienden a desvalorizar a las mujeres mayores, a pesar de que la sororidad es un pilar básico del feminismo, despreciando vilmente a las mujeres que forman parte de asociaciones, ya sean vecinales, sociales, culturales, o de cualquier índole. Hablan con condescendencia o cierto menosprecio de ellas, bajo la perversa creencia de que, mientras los colectivos feministas hacen política, estas otras asociaciones se limitan a poco más que a entretenerlas.




Entonces, al oír este tipo de comentarios, debemos plantearles algunas preguntas que les hagan reflexionar: ¿Cómo perciben a las mujeres mayores sin currículum conocido? ¿A las amas de casa, a las viudas, a las mujeres rurales? ¿Qué saben de la actividad de sus asociaciones y qué valor le dan? ¿Qué conocen de sus inquietudes e intereses? ¿Ellas no son feministas? ¿No tienen sororidad, ayudan a sus semejantes, o empatizan con ellas?

Quizás la ignorancia y la falta de conexión con el trabajo que se ejecuta en esas asociaciones, les hace pensar así. Habrá quien diga que reunirse a hacer punto o teatro no es política sino ocio, pero de esas asociaciones, que han perdurado en el tiempo, han nacido movimientos e idearios que han contribuido y siguen contribuyendo al cambio.

¿A cuántas mujeres les ha cambiado la vida reunirse con otras mujeres? ¿Qué impacto ha tenido ese empoderamiento en sus familias y en sus barrios? ¿Sabemos cómo intervienen cuando identifican que una mujer de la asociación vive una situación de maltrato? ¿Hay suficiente diálogo y reconocimiento mutuo entre ellas y las feministas jóvenes de su localidad? ¿Son muy distintas las agendas de unas y de otras; se podrían enriquecer mutuamente?




Hablamos no sólo de la importancia de las redes que conforman, sino también de la transmisión de saberes y el reconocimiento a los conocimientos despreciados en la cultura patriarcal.  Un ejemplo de ello es una crítica, desde la parte más institucional de la sociedad y de esas que dicen llamarse feministas, sobre un curso de ganchillo desarrollado en una asociación, como si fuera algo pasado y de poco valor; una técnica que en su aparente sencillez esconde dominio de las matemáticas, además de memoria, historia, tradición y cuidado. El ganchillo, los bolillos o el punto de cruz, son parte de nuestro patrimonio cultural, que se empobrece y se pierde debido a esa desvalorización. La práctica de tejer en grupo ha sido tradicionalmente un espacio en el que las mujeres libremente compartían y tramaban mucho más, de lo que se podría imaginar. Y curiosamente, un ámbito al que cada día, afortunadamente, se unen más jóvenes, hombres también, que dejan de lado el sesgo de género hacia este tipo de labores, tan feminizadas, y las ponen en valor y al alza. Una muestra del cambio de roles establecidos socialmente.

En la infancia, elaboramos con nuestras manos cacharros de todo tipo, con un cartón o papeles, o lo que tuviésemos más a mano; hay quien aprende a tejer con la abuela, o a construir con el abuelo. Luego al crecer, cambian los intereses. Algunas dicen que son feministas, pero olvidan lo bueno de las mujeres, las mayores, las transmisoras del saber y las que han hecho posible que ellas estén hoy ahí; pero bueno, nunca es tarde para volver a valorar a sus antecesoras, pese a que no todas tienen una vida curricular académica, sino simplemente su propia vida, que no es poca universidad…


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